Reflejos en el agua
Un día se secó la fuente y de su caño
nació un diente de león. Era una fuente de esas de hierro, que se incendian en
verano y la rondan los gorriones sedientos, temerosos de asir con sus uñitas el
borde abrasador. Un día se secó la fuente y se le saltaron los ojos a las ranas
que croaban a su sombra. Antes, muchísimo antes, la ciudad de avispas desvió el
cauce, y el río se quejó con un hilillo de voz. Las arrugas se abrieron en la
tierra y los árboles empezaron a caer. Los niños regresaron a sus casas con los
labios empolvados, las rodillas desconchadas y boqueras supurantes en las
plantas de los pies. Las doñas no pudieron lavar la ropa, ni hacer puchero, y los
putos no tuvieron saliva para ofrecer. Solo Pepote, el niño bobo que nunca llevaba
agua en botella, se fijó en que la fuente se había secado, y que en su caño
crecía un diente de león.
···
Kalulé dejó caer de entre sus labios
el diente de un león. Una nube oscura se cernía sobre el poblado. Las gotas
gigantes no se hicieron esperar, humectando con prisa las grietas de la tierra picuda.
Los ojos despertaron, se entrelazaron las bocas, se mordisquearon las lenguas
en los besos. El agua volvió al cauce, la leche a los pechos, el líquido de
vientre a los ombligos flacos. El río cogió corriente y habló con voz
torrencial. Las chozas se desbarataron y los arbustos se desprendieron de la
ropa colgada. Cantaron las ranas y espantaron a los pájaros, y los niños, con
las gargantas ávidas de lluvia y los pies enmollecidos, se encaramaron a los
árboles y no regresaron jamás.
Montaña Campón
Montaña Campón
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