Yo, como finalista, tengo dos micros que se publicarán en el libro y que cuelgo aquí.
El pasatiempo.
La pelona me guió hasta el bosque de los ahorcados. La luna era una uña sin alumbre. Los árboles, en hilera y cabizbajos, soportaban el peso de los muertos, que el viento meneaba y no conseguía hacer caer. Ella avanzaba con los pies elevados, yo perdía los míos entre la niebla y la hojarasca. Las caras sin ojos, los nidos de cuervos, los brazos pegados al cuerpo, las moscas libando una pierna azul. Cortó varias sogas y acudieron los buitres y chillaron las hienas.
–Súbete al cajón y ponte la cuerda –me habló.
Yo obedecí como obedecen los niños asustados. De un golpe en el suelo despejó la niebla y apartó la hojarasca. Dibujó con la guadaña unas líneas en la tierra, me miró con los ojos encarnados y susurró:
–¿Vocal o consonante?
Reveses
La estatua viviente que más éxito tenía, era la del sombrero sobre un
cajón de madera aglomerada. Su dueño, tirado en el suelo en decúbito
supino, mostraba la boca abierta para recibir propinas. Los niños se
agolpaban para arrojarle céntimos al fondo de su garganta, sin reparar
en la falta de aire en los pulmones y en el color azul de sus mejillas.
El sombrero, con un agujero de bala en la sien, se moría por escapar
volando.